18 mayo, 2024

«Patrimonio», una radiografía teatral jujeña

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La opresión de una sociedad equivocada

Desde la incomodidad para escribir a máquina que Victoria no trata de solucionar –como resignada-, son innumerables los recursos y las formas que le permite el teatro, para decir muchas cosas a esta obra, y a este autor.

Se concretó una nueva función de “Patrimonio” en el Teatro El Pasillo, antes de que termine junio, y con la promesa de una para julio y una vuelta más intensa en agosto.

Juan Castro Olivera, su autor, habla con ironía y con una pizca de humor del empecinamiento de una sociedad que sigue idolatrando los apellidos dobles de Jujuy. Una sociedad que encuentra en el “origen de buena familia” – como si eso fuera un mérito personal y no una suerte- el motivo para enaltecer a alguien, o crucificarlo si pierde status monetario.

Quienes se encuentran bajo esa lupa, sienten la frustración de los no logros más ridículos en la vida de una persona, como son el vender objetos de valor, o no llegar a la corona de la Fiesta de los Estudiantes.

Y es que el autor cuenta la historia de una familia que está en una situación muy perversa, a punto de desbarrancar económicamente, y con la sobrecarga de tratar de volver a donde estaban, no por bienestar, sino por mantener el nombre.

Victoria se casó con un hombre común, sin demasiados apellidos de renombre, que no supo mantener la economía familiar, facilitada por la herencia de ella. Juntos tienen una hija, que quizás representa un poco la frustración en general, porque ella no es perfecta, vive su mundo sin intentar más que sonreír, y no aporta a la expectativas de su madre de vivir en el glamour, ni el de su padre de conseguir dinero a como dé lugar.

Marcela Cura es quien se pone en la piel de Victoria, y trasluce perfectamente el perfil de un tipo de dama de nuestra provincia, a quien le entristece perder lugar y brillo; Omar Lafuente es el típico aprovechador de la circunstancia, que expone constantemente a sus mujeres (esposa e hija), sin importarle cuidarlas y defenderlas. Y Alicia, la hija, sin voz ni voto, es Lola Castro Olivera, que logra una excelente interpretación desde el silencio, con su cuerpo y su gestualidad.

La tradicional visión de la Argentina como un lugar de pobreza crónica, y de Europa como salvación, hacen que se genera en la cabeza de esta familia, una esperanza de que alguien de aquel lugar pusiera los ojos en ellos, que tendrían algunas últimas condiciones disponibles para estar en otro lugar. La urgencia es extrema, porque hay un exterior que amenaza, un exterior al que finalmente saldrán… las mujeres por supuesto.

Excelente trabajo de los actores, buen guión, y el logro escenográfico es quizás lo más acertado, metiendo a la platea en esa sensación de opresión, donde todo ocurre en un espacio mínimo central, con lo poco que queda amontonado, sabiendo que hay mucho más lugar afuera, que de a poco se va perdiendo.

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Por Lic. María Eugenia Montero
Por Lic. María Eugenia Montero
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