Juan Morris y el último recital de Gustavo Cerati
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Gustavo Cerati cumpliría hoy 56 años. Esta semana se lanzó Cerati: la Biografía, que cuenta por primera vez cómo fueron las horas previas al ACV que sufrió en Caracas, la noche del 15 de mayo de 2010, luego del show de cierre de su gira Fuerza Natural que lo llevó por Latinoamérica y los Estados Unidos.
Aquí, un fragmento de la biografía que saldrá esta semana, escrita por el periodista Juan Morris, con las horas posteriores al show que el exSoda Stereo dio en la capital de Venezuela en 2010. Cómo fue el momento en que sufrió el ACV que lo dejó en coma hasta su muerte, el año pasado.
«Media hora antes había terminado el último show del tour de Fuerza natural por Latinoamérica y Estados Unidos. Gustavo estaba contento y agotado, empezando a relajarse después de un mes y medio de aviones, hoteles, fiestas y conciertos. Había sido una de esas noches en las que todo salía bien: el campus de la Universidad Simón Bolívar de Caracas estaba lleno y la banda había sonado como un organismo vivo y poderoso. Después de comer con el resto del equipo en una de las carpas montadas detrás del escenario, el sonidista Adrián Taverna y el guitarrista Richard Coleman acababan de entrar a su camarín para charlar un rato. Eran sus más viejos amigos, se conocían desde comienzos de los ‘80, antes de que Soda Stereo grabara su primer disco. Cuando terminaban los conciertos, Taverna solía pasar un rato por su camarín para hablar sobre cómo había salido todo. Era una especie de ritual. (…)
Cabe destacar que Adrián Taverna era el mejor amigo de Cerati y quien seguramente más lo conocía. Juntos compartieron casi 2 mil recitales a lo largo de 30 años.
Afuera del camarín general estaba lleno de gente y Taverna encontró al resto de la banda organizando la foto grupal que sacaban cuando terminaban algún tramo de la gira. Fernando Samalea, el baterista, estaba trepado a una silla de plástico, acomodando la cámara arriba de un mueble para que disparara en automático. Mientras se amontonaban según las indicaciones de Samalea, se dieron cuenta de que faltaba Gustavo y alguien le gritó que fuera, que sólo faltaba él.
Gustavo apareció a último momento y se paró atrás de Taverna. El primer disparo de la cámara salió sin flash, así que Samalea pidió que nadie se moviera y se volvió a subir a la silla para reprogramarla. Taverna se dio vuelta para decirle algo a Gustavo y lo vio pálido, con los ojos desorbitados.
–¿Te sentís bien? –le preguntó. Gustavo abrió la boca para contestarle, pero no acertó a decirle nada. Fue como si los músculos de su mandíbula no encontraran las palabras. Entonces la cámara disparó su flash y todo el equipo quedó registrado en la última foto de la gira. A su alrededor el grupo se empezó dispersar y Gustavo caminó confundido hacia su camarín.
Mientras lo veía alejarse, Taverna le pidió a Bernaudo que lo acompañara a ver qué le pasaba. Cuando entraron, Gustavo estaba tirado en el sillón, con el saco a un costado, la camisa desabrochada y la boca entreabierta. Pensaron que tenía un pico de presión o que tal vez le había dado un infarto. Bernaudo corrió a buscar a los paramédicos y al ratito volvió con dos chicos que no tendrían más de viente años y que al ver a Gustavo Cerati descompensado no supieron qué hacer. Charly Michel, el kinesiólogo que viajaba con el equipo, revisó qué remedios tenían los paramédicos en sus bolsos y les pidió que fueran a buscar la camilla. Gustavo se podía mover pero estaba como abrumado, lento, y no podía hablar. (…)
Pasó casi una hora hasta que lograron desalojar completamente el lugar: no querían que la descompensación se convirtiera en noticia. Un rato más tarde, dentro de la ambulancia, mientras atravesaban los suburbios residenciales de Caracas a la medianoche, Gustavo todavía parecía estar experimentando cómo el software de su conciencia se enrarecía: estaba acostado en la camilla con los ojos abiertos pero con la mirada perdida.
Dejaron atrás una zona industrial con fábricas, concesionarias de autos y un bingo abandonado antes de llegar al Centro Médico Docente La Trinidad. Cuando bajaron la camilla en la entrada del sector de Emergencias, se encontraron con que los pasillos estaban a oscuras: se había cortado la luz. Mientras avanzaban se cruzaron con una enfermera que les dijo que el grupo electrógeno del hospital sólo funcionaba para la terapia intensiva y los quirófanos, así que volvieron a cargarlo en la ambulancia y lo llevaron hasta otro centro de estudios de la ciudad para que lo atendieran.
Una hora después, cuando terminaron de hacerle los exámenes, lo volvieron a trasladar a La Trinidad. Ya había vuelto la luz y lo dejaron unas horas en observación en la guardia, pero como no presentaba ninguna mejoría ni los médicos tenían un diagnóstico de su estado, a eso de las cuatro de la mañana lo alojaron en la suite presidencial del tercer piso y llamaron por teléfono a un cardiólogo, que les dijo que recién iba a poder ir a las diez. (…)
Al día siguiente, Gustavo se despertó en la clínica consciente pero confundido. El sueño no había tenido su efecto reparador y después de unas horas de inconsciencia se sintió, por primera vez, en un cuerpo que no le respondía del todo. No podía hablar y su costado derecho estaba entumecido, como si sus funciones cerebrales estuvieran replegándose de una parte de su cuerpo.
Cuando Taverna volvió a la clínica a media mañana, lo encontró acostado en la cama, agarrándose el brazo derecho y tocándolo con curiosidad y cierta desesperación. –¿Cómo te sentís? –le preguntó. Pero Gustavo no respondió. Se tocaba el brazo, lo agarraba y lo levantaba sin conseguir que se moviera. Un rato después se puso a golpear la baranda de la cama con la mano izquierda con un ritmo fastidiado, lleno de impotencia.
En un momento, se sentó en la cama y trató de levantarse, pero tenía varias cánulas conectadas, así que Taverna tuvo que ayudarlo a caminar esos dos metros hasta el baño. Cuando entró, se vio en el espejo, se quedó quieto y empezó a tocarse la cara, extrañado. Lo miró a Taverna a través del espejo y después volvió a mirarse.
La comisura derecha de la boca se le había dormido y le daba un rictus de rigidez al lado derecho de su rostro. Su cara ya no era del todo su cara. Al mediodía una enfermera entró a la habitación con la bandeja del almuerzo. Taverna le dijo que no creía que Gustavo tuviera hambre, pero él le agarró el brazo fuerte dándole a entender que sí. Entonces, Taverna le pidió que la dejara sobre un mueble que había y agarró el control remoto de la cama para levantar el respaldo y que Gustavo quedara sentado. Mientras el respaldo subía, no pudo resistirse y se puso a jugar con los botones, volviéndole a bajar el torso y levantándole las piernas: fue la primera vez en el día que la cara de Gustavo adoptó un gesto parecido a una sonrisa. Finalmente Taverna lo dejó con el respaldo levantado y le acercó la bandeja. Cuando la apoyó sobre la cama, le sorprendió que sin tener todavía un diagnóstico sobre qué le pasaba a Gustavo le dieran un menú común de caldo de verdura, pollo con salsa, ensalada y banana frita.
Después de tomar la sopa muy despacio, Gustavo agarró el tenedor con la mano izquierda y trató de desmechar el pollo, pero sólo logró salpicar las sábanas con la salsa y desparramar la comida. Taverna lo ayudó a cortar y Gustavo comió con la voracidad de siempre. Su amigo pensó que tenía que ser una buena señal.(…)
A la hora del té Taverna le preguntó si tenía hambre y Gustavo movió la cabeza indicando que sí. Con Bernaudo, su asistente, trataron de averiguar qué quería comer. Como le gustaban las arepas, le preguntaron si quería una. Gustavo volvió a contestar que sí. Después le preguntaron si quería de carne, de queso o de pollo, pero ya la comunicación fue imposible. Bernaudo fue hasta un puesto y volvió con una de carne desmechada, una de queso y una reina pepeada, de pollo y palta. Sentado en el sillón, Gustavo se comió la de carne desmechada y media de queso. Cuando terminó, se acostó en la cama y le hizo una seña a Taverna para que prendiera la tele.
Taverna agarró el control remoto, prendió el televisor y empezó a hacer zapping hasta que Gustavo le sacó el control y se puso a pasar los canales sin detenerse en ninguno. —Pero pará en alguno —le dijo Taverna. Después de dar varias vueltas por la programación con el control remoto, que sí le respondía y con velocidad, dejó una película ya empezada. Era Dark City, un film noir de ciencia ficción en el que el protagonista es acusado de asesinato pero sufre de amnesia y no recuerda qué pasó, así que tiene que darse a la fuga para escapar de la policía y, sobre todo, ganar tiempo contra su memoria: su cerebro lo está traicionando. Mientras veían la película una enfermera entró a la habitación con la cena. Una bandeja con un plato de fideos, otra sopa, una papa hervida y gelatina. Esa noche se quedaron Charly Michel y la corista Anita Álvarez de Toledo, una de sus mejores amigas. Taverna regresó al hotel pensando que al día siguiente iban a volver a casa. (…)
La segunda noche en la clínica Gustavo también durmió poco y, a la mañana, cuando las enfermeras entraron a la habitación para controlar su estado, lo encontraron sacudiéndose y agarrándose la cabeza con su brazo izquierdo. Tenía los ojos apretados, como si estuviera sufriendo un dolor insoportable. Taverna llegó a la clínica cuando unos camilleros estaban sacando a Gustavo de la habitación para hacerle una tomografía y lo acompañó. En la sala, ayudó a levantarlo para acomodarlo en la camilla de plástico y le sacó una cadenita con un parlante que tenía en el cuello. Acostado en el tomógrafo, Gustavo se movía dolorido y los enfermeros le pedían: —Gustavo, quédate quieto, por favor, quédate quieto. Como no lograban que se calmara, le pidieron a Taverna que entrara y lo sostuviera.
—Ya está, Gus, ya termina —le dijo Taverna, pero Gustavo siguió moviéndose, hasta que en un momento pareció quedarse dormido. Después lo volvieron a acostar en la camilla y lo empujaron por los pasillos hacia otra sala para hacerle un centellograma. Cada tanto abría los ojos muy despacio y los volvía a cerrar. Cuando llegaron, la camilla no pasaba por la puerta y Taverna tuvo que cargarlo. —Agarrate —le dijo. Mientras lo levantaba, Gustavo tiró su brazo por atrás del hombro de su amigo. Taverna lo sentó en la máquina donde le iban a hacer el estudio. Tenía la mirada perdida y la boca entreabierta. Después del estudio lo volvió a cargar en la camilla, lo tapó con una frazada y los enfermeros lo llevaron al cuarto piso para hacerle otro análisis. Media hora más tarde lo dejaron en la habitación y decidieron avisarle a la familia. Gustavo había sufrido un ACV y su cerebro se había inflamado tanto que estaba haciendo presión contra el cráneo. Tenían que operarlo con urgencia.(…)
Esa misma noche, su hermana Laura viajó a Venezuela y, no bien llegó, tuvo que firmar un permiso para que operaran a Gustavo: tenían que descomprimir el cerebro. Lo que siguió fueron veinte días en el hospital, esquivando las guardias periodísticas de la puerta y pasando el tiempo en la habitación contigua a la de Gustavo, que estaba en terapia intensiva. Los médicos hablaban de las dificultades motrices y de habla que podía llegar a tener cuando despertara.
«Mientras la noticia recorría el continente, en Buenos Aires su hermana Laura se tomó un vuelo a Caracas y en la sala de operaciones los cirujanos le abrieron una parte del cráneo a Gustavo para aliviar la presión que ejercía el hemisferio inflamado».
«La noche después de la intervención hubo una vigilia de fanáticos en la puerta del hospital y, a la mañana siguiente, el doctor Alfredo Sáez, director de La Trinidad, dio el primer parte médico para los medios: ‘En este momento es muy prematuro evaluar las secuelas que puedan quedar. Para eso son las 72 horas que hemos determinado y establecido para estos casos. En este momento es cuando podremos evaluar el daño residual que pueda quedar en este tipo de lesión’.»
«Tres días después de la operación, los médicos le quitaron los sedantes pero Gustavo no despertó. El plan era que cuando volviera del coma los médicos de Fleni evaluaran qué tan grave había sido el infarto y cuál era el mejor momento para trasladarlo a Buenos Aires.»
«Los días empezaron a pasar sin que Gustavo abriera los ojos. A comienzos de junio, como su estado no ofrecía novedades, decidieron trasladarlo a Buenos Aires en un vuelo sanitario para alojarlo en el Fleni, una clínica especializada en rehabilitación neurológica».
«El avión sanitario aterrizó el 7 de junio a las 18:40 en el Aeroparque Jorge Newbery de Buenos Aires. Gustavo pasó su primera noche alojado en una habitación del tercer piso de Fleni después de ser sometido a nuevos estudios. ‘La tomografía computada realizada a su ingreso mostró un infarto extenso en el hemisferio cerebral izquierdo y daño del tronco cerebral secundario’, escribieron los médicos en el parte que dieron al otro día».
«El informe era mucho más grave que los de Venezuela: medio cerebro y gran parte del tronco cerebral, la ruta a través de la que se comunican todas las vías sensoriales, ya no le funcionaban.»
«A fines de octubre, los médicos de Fleni le comunicaron a la familia que Gustavo no cumplía los criterios para incluirlo en el programa de rehabilitación de pacientes con trastornos de conciencia:su estado no ofrecía ningún tipo de evolución y no podían seguir alojándolo allí.»
«Pero su familia y sus amigos sí veían mejorías. El electrocardiograma de Gustavo se alteraba cuando Lilian (su mamá) entraba a la habitación. Todas las tardes, cuando llegaba a visitarlo, jugaba con su mano y con el paso de las semanas sentía que Gustavo había empezado a tironearle la mano en cuanto ella se la agarraba. Decidieron trasladarlo a Alcla, una clínica de permanencia para pacientes en coma en el mismo barrio. Contrataron a una señora que vivía a dos cuadras para que se quedara con Gustavo a la mañana».
Por seguridad, instalaron en la puerta de la habitación un detector de huellas digitales que solo reconocía las de Lilian (madre), Laura (hermana), Estela (hermana), Benito (hijo) y Lisa (hija)».
«El parte médico permanecía invariable: ‘Daño cerebral extenso con incidencia en el hemisferio izquierdo y tronco cerebral secundario, con hipertensión endocraneana’.»
Este capítulo del libro, que es el último, relata los últimos años que vivió Cerati. El ACV, la internación en Caracas, el traslado a Buenos Aires, los cambios de clínicas, hasta el momento de su muerte, aquella mañana del jueves 4 de septiembre de 2014.
fuente infobae