18 mayo, 2024

«Tato» Pavlovsky, una gran pérdida para el Teatro

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Fallecio a los 81 años de edad el gran dramaturgo, psicoanalista, actor y autor de piezas memorables de la escena argentina como “El señor Galindez”, “Potestad” y “La muerte de Marguerite Duras”, entre otras.

Uno de los más importantes referentes del teatro argentino de las últimas décadas, Eduardo “Tato” Pavlovsky, se fué dejando un valioso legado que jerarquiza la palabra para fusionar el universo artístico y terapéutico, en un camino de trabajo sostenido durante 50 años.

“Tato” nació en Buenos Aires el 10 de diciembre de 1933, fue pionero del psicodrama en América Latina, una rama de la psicoterapia que apela a lo dramático-grupal como eje de acción y a la cual ese hombre de gran porte gustaba pensar como “marginal, por fuera de las grandes organizaciones”.

El trabajo en grupo, el lazo social dentro del consultorio, sobre las tablas, o en los sets de filmación signa su camino, con más de 20 obras y 15 libros, entre ensayos sobre psicodrama, proceso creativo, cuerpo, psicoanálisis y una novela, junto a sus trabajos como actor y director.

Exiliado en España a fines de la década del 70, con reconocimientos y distinciones a nivel nacional e internacional, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Sur de Bahí­a Blanca y ciudadano ilustre de esta ciudad, su mirada analí­tica sobre la letra chica de la historia, el estudio de sus complicidades y pliegues, atravesó sus intensas creaciones.

Sus dos primeras piezas se estrenaron en 1962, “La espera trágica” y “Somos”, con Pavlovsky como parte de su elenco, ya que el fallecido artista era un actor de raza y amaba pisar tablas.

Su última producción dramática “Asuntos pendientes”, realizó su tercera temporada en el Centro Cultural de la Cooperación en abril de este año y él desplegó allí­ su intensidad sobre el escenario, repuesto luego de atravesar una compleja operación médica.

Susy Evans (analista y su compañera en la vida), Eduardo Misch, Paula Marrón y Lucí­a Allende compartieron escenario con “Tato”, dirigidos por Elvira Onetto y desgranaron el relato del crimen de la compra-venta de niños.

Como terapeuta, no sólo tiene una vasta producción teórica plasmada en libros fundamentales como el primer texto de psicodrama grupal en castellano, “Psicoterapia de grupo de niños y adolescentes”, sino que estaba al frente de su propio espacio, Psicodrama Grupal Pavlovsky, donde se brinda formación, entrenamiento profesional, talleres y atención clí­nica.

 

El teatro era para él “la vida”, tal como expresó en numerosas oportunidades y ratificó el pasado abril, cuando un reconocimiento en la Legislatura porteña lo convirtió en un ciudadano aun más ilustre de lo que era: “Si sigo haciendo teatro es porque no puedo dejar de hacerlo. Lo último que uno pierde son las ganas de luchar por lo que quiere”, dijo en esa oportunidad,

Asiduo colaborador de Página/12, en cuya contratapa publicó bellísimas reflexiones, poesía y pareceres, escribió una vez un texto en el que el narrador (¿un alter ego suyo?) afirmaba que quería morir a los 101 años. En primera persona, narraba que un buen día se levantó “con hambre de acontecimiento, de romper la rutina enloquecedora del miedo a morir, del abandono, del aburrimiento” y que entró a una iglesia metodista en la que decidió su final. Firmó un prospecto de “muerte anunciada” y cuando llegó se lo dijo a su esposa: que ya estaba “jugado” y que viviría hasta el 2035. De un profundo humor, y teniendo en cuenta su inteligencia, es de pensar hasta qué punto aquel texto fuera una simple ficción o bien una anécdota real de su vida (el texto nombra a una tal Susy, que podría ser perfectamente Susana Evans, su última mujer, así apodada, y las fechas y edades coinciden con la que él tenía al escribirlo).

Nieto del escritor y periodista Alejandro Pavlovsky. Poco se refirió a su infancia, pero dijo alguna vez que fue “sencilla, pero con una ideología triunfalista, algo así como un ‘triunfa o morirás’”. Algo más complicada fue su adolescencia: tuvo asma, que después curó, y luego una “gran crisis traumática”. Así conoció el psicoanálisis, un antes y un después para él. “Empecé una vida distinta, era una especie de patito feo y me convertí en cisne”, dijo en una entrevista con ElLitoral.com.

Estudió medicina en la Universidad de Buenos Aires, pero la carrera no le gustó, entonces se apuró a terminarla y en 1957, con sólo 22 años, ya estaba graduado. Entonces decidió darse revancha y entró a la carrera de Psicología, “aunque en realidad no se puede ser psicoanalista a esa edad porque no se sabe un carajo de la vida”, dijo. Pero tampoco allí se sintió completo y cuando cursaba el tercer año, desencantado con la “ideología del psicoanálisis” (pero no con Freud, a quien reconoció como “un genial loco surrealista”), se encontró en un hospital haciendo psicoterapia y psicodrama en un grupo de niños. Y así, sin darse cuenta, se inició en el teatro, actividad que nunca abandonó. Creó, entonces, el Movimiento Psicodramático de Latinoamérica, convirtiéndose en uno de los pioneros en esa área. Ejerció por poco tiempo el psiconálisis con pacientes individuales, centrando la mayor parte de su actividad con la salud mental en el trabajo con la terapia de grupos. “Esos grupos de niños me marcaron, como cuando una mujer le cambia a uno la vida”, contó.

De la larga lista de sus obras, entre las que se incluyen Paso de dos, Poroto, La muerte de Marguerite Duras, Variaciones Meyerhold, se destacan, además de las mencionadas, Cámara lenta y Potestad, también llevada al cine.

Hasta el final de sus días Pavlovsky mostró su pensamiento comprometido por su sociedad. En Asuntos pendientes, su última obra, el dramaturgo mostró su preocupación por el futuro de los jóvenes, especialmente los de las clases más marginales.

“Mis últimas obras (Sólo brumas y Asuntos pendientes) no son si no un intento de feroz réplica a la represión y censura del teatro en la dictadura y aun en la democracia donde funciona mucho la autocensura. El teatro debe ser en Latinoamérica una subversión a las ideas opresoras de su libertad expansiva. Siempre el teatro es subversivo, subvierte y siempre es válido su espíritu militante. Así lo pienso yo a los 80 años, todavía en los escenarios como actor y como autor”, escribió hace un año en las páginas de este diario. Y el pasado abril en la Legislatura, cuando emocionado recibió su distinción, expresó: “Celebro el entusiasmo de la juventud y también digo otra cosa: que el teatro no se va a morir mientras haya viejos que estén pensando en estrenar”. Tenía razón. Hoy el teatro se murió un poco.

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