14 diciembre, 2024

El mercado del arte argentino, una puerta abierta al robo

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A quince años del caso Ravenna y diez del robo de 500 dibujos de Breccia, historias de fraudes, robos y lavado de dinero en la mirada de los especialistas, que alertan sobre la necesidad de un registro de bienes culturales

Ana María y Guido Ravenna no pueden olvidar el cuadro de Ludovico Carracci que tenían en su casa. Tuvieron que venderlo para levantar una hipoteca, se lo llevó un marchand francés por 40.000 dólares y (¿mágicamente?) se revendió a un precio 132 veces mayor -5.300.000 dólares- y ahora se exhibe en el MET de Nueva York.

También los herederos de Alberto Breccia están atravesados por la tristeza: depositaron la obra del creador de El eternauta -junto con Héctor Oesterheld- en una empresa de seguridad bonaerense y (¿mágicamente?) sus cómics, témperas, acuarelas y acrílicos aparecieron en venta en París, Bélgica, Austria…

En estas próximas semanas, se cumplen quince y diez años del caso Ravenna y del caso Breccia, como se conocen los lamentables episodios de fraude y robo ocurridos en Buenos Aires y que, al estilo de guante blanco, no se valen de la violencia, sino de engaños y confusiones. Y que aún no fueron resueltos.

El marchand que sacó del país, de contrabando, el óleo de Carracci -de casi un metro por 1,72- murió en Francia sin haber sido detenido. El cómplice que abrió la bóveda y permitió, en 2005, la salida de la obra de Breccia de la compañía de seguridad aún no fue localizado, y el argentino en cuya casa se encontraron 193 de esos dibujos todavía no fue condenado.

 

 

 

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De la misma forma, pasaron casi dos años ya del robo de la máscara  mortuoria de Benito Quinquela Martín -que se supo sólo cuando un  artista la compró en MercadoLibre por 1500 pesos- y los investigadores  desconocen aún cómo salió del Museo que lleva el nombre del pintor  boquense esa pieza que, además, no figuraba en ningún inventario. La  lista de hechos es larga y pone en evidencia la necesidad de un registro  de los bienes culturales que se comercializan en el mercado y la facilidad con la que se concretan negocios turbios en el mercado del arte local.

Los Ravenna no tienen dudas de que fueron víctimas de una doble estafa; primero por los expertos que tasaron el óleo, un pintor que se desconocía hasta ese momento, y luego por un grupo de abogados a los que, “muy mal asesorados”, según admiten, cedieron los derechos litigiosos. “Después de que pasan estas cosas, todo el mundo da buenos consejos y dice saber lo que se debería haber hecho. En este tiempo, circularon un montón de versiones, como que nos habían pagado un millón de dólares, y no fue así”, aseguró Ana María Ravenna. Y contó que casi dos años antes de la venta, que se concretó en julio de 2000, comenzaron a consultar a galeristas y expertos argentinos, italianos y también estadounidenses sobre el precio en el mercado del autor del cuadro.

“El entonces presidente del departamento de Old Masters de Sotheby’s, George Wachter, estuvo en mi casa, le sacó fotos a la obra y después nos envió una cotización de 50.000 dólares. En Nueva York, yo llevé fotos de la pintura a un experto de Christie’s que la atribuyó a [fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Carlo Francesco] Nuvolone, un pintor con muy poco prestigio, y la valuó en 11.000 dólares”, continúa la mujer, familiar del conocido médico nutricionista Máximo Ravenna. Por eso, cuando aquel francés llegó a su casa y les ofreció 40.000 dólares y hacerse cargo del traslado de la obra, de gran tamaño por cierto, Guido Ravenna cerró trato.

Lo que siguió no hizo más que convencerlos de que habían sido engañados. “Para nosotros, ya no es una sospecha, es un hecho que ese señor fue enviado. Tenemos información de que Christie’s -que compró el cuadro al marchand que nos lo compró a nosotros- había pedido la evaluación del cuadro a una experta en Carracci, incluso antes de haberlo comprado. Pudieron tener la información primero. Tengo entendido que, si bien ambas casas de subastas son competidoras, muchas veces trabajan en conjunto. O que en esa época lo hacían”, concluyó Ravenna, e informó que también hicieron una demanda por “valuación negligente” contra el experto de Christie’s de Nueva York que no prosperó porque, les dijeron, no era ciudadano norteamericano, sino inglés. “Es una historia desafortunada. Evidentemente cuando uno es lego en estas cosas…”, piensa hoy con resignación.

“Cuando se trata de old masters las pericias son muy relativas. Esos artistas pintaban en los talleres con sus alumnos. A veces no es cuestión de buena o mala fe. Es más, hay casas de remate que no garantizan obras anteriores a 1900 porque no hay manera fehaciente de saber [la autenticidad de la firma]”, observa, por su parte, Juan Puccinelli, abogado experto en bienes culturales, socio del estudio Beccar Varela y docente en el Instituto Universitario Eseade. Ajeno al caso Ravenna, que no conoce en detalle, Puccinelli advierte que “muchas veces se trata de una negligencia del vendedor”.

Quien no tiene dudas de que los Ravenna fueron engañados es el jefe de la División Protección del Patrimonio Cultural de la oficina de Interpol de Buenos Aires, Marcelo El Haibe. “Lo que les pasó se encuadra en la figura de lesión subjetiva que contempla el Código Civil”, explica el policía, que además es abogado y en su momento hizo la denuncia de contrabando a raíz de la cual se pidió la captura internacional del marchand. Aunque nunca se lo detuvo. “Francia no se molestó en buscarlo ni en entregarlo a la Justicia”, dijo El Haibe a LA NACION. “Lo que pasa es que en el tema de bienes culturales Francia es muy particular. Junto con Alemania son muy reticentes y renuentes a reconocer la preexistencia de los bienes de otros países.”

FÁCIL PARA LAVAR DINERO

Si bien la diferencia de precio en el caso del Carracci es escandalosa, las variaciones son muy habituales en la compraventa de piezas de arte. “Hay mucho tramposo dando vuelta, porque el mercado del arte es perfecto para el lavado de dinero”, observó el director de Artes Visuales del Ministerio de Cultura, Andrés Duprat, durante su exposición en el Primer Seminario sobre Comercio y Prevención de Tráfico Ilícito de Bienes Culturales, realizado recientemente por la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA). Lo que hoy se vende a un precio bien puede ser revendido o rematado un tiempo después a un valor diez veces mayor.

¿Quién establece y cómo el precio de un bien cultural? El investigador y perito del Patrimonio Cultural Abel Ferrino, en su ponencia de ese mismo seminario que presenció LA NACION, respondió: “El valor de una obra de arte se fija por el valor de ventas y subastas legales. Ante un robo, el valor que pondrá la Aduana o la Justicia será el que se le dé en el momento del delito”, contó, y recomendó, para consultar valores, la pagina web argentina Trastienda Plus y la internacional Art Prize.

El precio entonces dependerá de lo que el comprador esté dispuesto a pagar. “Esto es muy subjetivo. No es como el precio de un auto de una marca y modelo determinados, que no tiene tantas posibilidades de variar. Con los cuadros se puede decir que vale cien mil pesos o dos millones”, compara Marcelo El Haibe. Estas condiciones del mercado del arte facilitan, también en opinión del policía, el lavado de dinero. “Es posible, pero hay organismos específicos, como la UIF [Unidad de Información Financiera], que investigan este tipo de cosas. Todos los delitos se pueden cometer, pero no hay ninguno perfecto. Porque se pueden cometer, pero también hay elementos que permiten al Estado investigar, resolverlo y condenar”, explica El Haibe.

Tampoco Puccinelli tiene dudas de que el mercado del arte es “ideal” para este delito. “El lavado de dinero es dar apariencia lícita a dinero que tiene un origen ilícito, y el mercado del arte históricamente fue y es un lugar donde se ha pagado mucho en negro y en efectivo y se presta”, dijo el experto. Y recordó que para evitarlo la ley 25.246 obliga a quienes comercializan arte, filatelia, numismática y bienes suntuarios a informar las ventas superiores a 50.000 pesos.

LA OBRA DE BRECCIA, EN PELIGRO

Así como el cuadro de los Ravenna salió del país de contrabando -es decir, sin la licencia de exportación correspondiente-, también ese camino siguieron los dibujos de Breccia que figuran en la base de datos de bienes culturales robados en la Argentina de Interpol, desde 2008.

Entre que la empresa quebró y los herederos del dibujante determinaron que efectivamente las obras faltaban pasaron tres años. Hoy, de esas 550 piezas robadas quedan por encontrar unas 200. El resto fueron recuperadas por Interpol. Se identificó a una persona en Buenos Aires que tenía en su casa, debajo del colchón de la cama, 193 dibujos y que había enviado la otra parte del botín a Francia, Bélgica, Estados Unidos y Austria.

Con ese último país hay un litigio que sigue vigente y que de su resolución depende que diez trabajos de Breccia se recuperen o se pierdan definitivamente para el patrimonio argentino.

“Hay un coleccionista vienés que se opuso a la repatriación de las obras que están en su poder alegando que fueron adquiridas de buena fe”, informaron los abogados de los herederos del ilustrador, Laura Achával y Federico Berger. Y agregaron: “El juzgado de Viena corrió traslado de la demanda iniciada por el coleccionista a los herederos de Alberto Breccia, pero éstos no pudieron contestarlo en ese juzgado por falta de recursos económicos para afrontar un juicio de esta naturaleza en el extranjero”.

Cristina Breccia, hija el dibujante -son tres-, narró el derrotero del caso a LA NACION. “En enero pasado, mandamos cartas a la Presidencia, a la Cancillería y al Ministerio de Cultura para pedir ayuda, pero no tuvimos respuesta, quizá porque era en los días en los que fue lo de Nisman”, cree la hija del artista fallecido en 1993. Cuatro años después de su muerte, en 1997, las obras de Breccia fueron depositadas en la empresa Firme Seguridad SA, que quebró en 2005. Su viuda, Irma Dariozzi, presentó la denuncia penal en 2008 y desde entonces la causa sigue abierta.

Hasta el momento, las obras incautadas por Interpol se resguardan en sus oficinas a la espera de una decisión por parte de los herederos sobre el destino de ellas. Trascendió que un funcionario del Gobierno les habría sugerido donar una parte de las obras al Estado para destinarlos a un museo y que, de esa forma, quizá, la ayuda que están pidiendo para litigar con la justicia austríaca sería facilitada.

“La dificultad para cuantificar la obra es que el inventario que hizo un escribano al dejar las obras en esa empresa no tiene fotos y en muchos casos hay dos dibujos en un mismo papel”, señaló El Haibe. El hombre de Interpol destacó la importancia de que las personas y las instituciones tengan imágenes y datos básicos de las obras de arte que poseen. “De esta forma, en caso de desaparición, es mucho más fácil localizarlas”, agregó, y abogó porque la Ciudad tenga una ley que obligue a los comerciantes de obras de arte a llevar un registro de lo que adquieren y tienen en venta. El especialista recordó que hace un tiempo se presentó en la Legislatura un proyecto de este tipo que no fue considerado. Se refirió así al proyecto 1334 presentado por la legisladora de Pro Marta Varela, en mayo de 2013, que caducó en diciembre del año pasado sin haber sido tratado siquiera por los miembros de la comisión Cultura.

“Es algo que tienen todos los países de Europa. Es importante que haya aquí una legislación así porque es una plaza cultural muy importante para todo el país y para la investigación de ilícitos resulta una herramienta muy importante”, dijo El Haibe. “Hemos ido hasta tres veces a un local que sabemos que vende obras robadas y cuando preguntamos al comerciante dónde o a quién compró esas obras nos responde que no se acuerda y que no tiene obligación de decirnos nada. Y tiene razón”, ejemplificó.

Ése es el caso de la máscara mortuoria de Quinquela Martín. El comerciante que la puso en venta en MercadoLibre está identificado, pero nada lo obliga a tener que informar cómo llegó a sus manos esa pieza que estaba bajo dos llaves en un ropero en la habitación que fuera del pintor en su casa-museo. Y que (¿mágicamente?) salió de allí y fue a parar a la vidriera de la Web.

CONSEJOS PARA DUEÑOS DE OBRAS DE ARTE

Ante un robo

Es más frecuente de lo que uno puede imaginarse: de un hurto domiciliario, el ladrón puede llevarse -además de dinero y electrónicos- un cuadro o una escultura, aun sin saber bien su valor. Interpol recomienda dejar el lugar intacto, hacer la denuncia y pedir la publicación del bien robado en su página web

Nuevos coleccionistas

Antes de adquirir una obra, entonces, es recomendable chequear que no aparezca en la base de datos que se consulta públicamente en www.interpol.gov.ar/patrimonio

Fotografiados, mejor

Una recomendación general, para localizarlos en caso de pérdida o robo, es que los dueños de bienes culturales cuyo valor histórico o económico genere interés tengan en lugar seguro al menos una fotografía de cada pieza con sus datos (tamaño, título, autor y técnica).

Fuente: Clarin

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