6 mayo, 2024

Autores argentinos que logran atravesar las fronteras

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Ni vivir en el extranjero, ni escribir en un estilo, ni abordar «temas universales» define que un escritor argentino venda sus libros fuera del país; mientras aquí escasean las políticas estatales de promoción, encontrar la literatura nacional fuera de las fronteras se hace difícil

Dice un diario que a Patti Smith le gusta la literatura argentina. La sonrisa, patriótica, es automática. Regresa, gracias a la insólita influencia de Smith sobre el mundo, la esperanza de rearmar filas y volver a tener una literatura nacional que conquiste el planeta como lo hicieran en su momento Borges, Cortázar, Bioy Casares… Pero exageramos. Lo que sucede es que la rocker estadounidense escribió una reseña sobre El cerebro musical, de César Aira, y fue más que elogiosa. No sólo eso: confiesa incluso que coincidieron en algún evento y ella corrió a saludarlo como una fanática adolescente. Por supuesto, es estimulante pensar que le gusta uno de los nuestros, y mucho más si lo cuenta en el New York Times. Sin embargo, la noticia hace pensar automáticamente en un pequeño ensayo de Fabián Casas, en el que recuerda con nostalgia el tiempo en que se enamoró de Cortázar. Dice que si bien hoy ya no siente la misma devoción por Rayuela, en su momento fue una revelación del mundo. “Quiero que vuelva -dice-. Que volvamos a tener escritores como él: certeros, comprometidos, hermosos.” Y después, como conclusión inequívoca de medianoche, dispara: “Aira nos cagó”. Difícil saber si Patti Smith conoce a Casas. Es sabido en cambio que conoce a Aira porque lo recomendó Roberto Bolaño, que ni siquiera era tan amante del autor de Coronel Pringles: “Prosa que se devora a sí misma sin solución de continuidad”, escribió en un ensayo, aunque probablemente después lo conoció y empezó a decir cosas como “uno de los tres mejores narradores en lengua castellana”. Como sea, la nota del diario dice que a Patti Smith le gusta “la literatura argentina”. No Aira, no Borges, la literatura; casi como mojándole la oreja al de Boedo, que piensa que “Aira es un agente de la CIA”. ¿Pero es Aira la literatura argentina?

Si hablamos de ventas, es decir, si hablamos de qué compra y lee la gente alrededor del mundo, la literatura argentina entonces es sobre todo Federico Andahazi. Ignacio Iraola, director de Editorial Planeta, explica que a partir de El anatomista, Andahazi entró muy fácilmente al mercado internacional. “Ese tipo de libros son fenómenos muy raros que suceden cada tanto y no se pueden explicar. Pero lo que generan hace que después el autor ya cuente con una espalda comercial. En su momento fue Dan Brown, los libros de Larsson, Carlos Ruiz Zafón. Andahazi entra en esa categoría: alrededor del mundo ya habrá vendido más de un millón de libros. Eso, en un escritor argentino, es inédito”, dice Iraola. Pero de vuelta, ¿es Federico Andahazi la cabeza de la literatura argentina? ¿Hay una literatura argentina? El director de Planeta cree que está todo demasiado universalizado para que alguien repare en eso, que se venden pocos autores y es imposible agruparlos como si tuvieran algo en común.

Andahazi, que hasta tiene club de fans en Moscú, dice: “Es ineludible hablar de política en este punto. Hoy la literatura argentina en el mundo goza de una inexistencia absoluta. Hay mucho contraste entre las grandes comitivas que viajan a la feria de Guadalajara y la presencia real de la literatura en ese ambiente. Está invertida la ecuación: el gobierno utiliza la cultura para beneficiarse a sí mismo en vez de ser al revés: que el Estado promocione la literatura. Entonces hay una cantidad enorme de autores viajando por el mundo que ni son publicados y no sabés qué están haciendo. Fijate que si existe una Secretaría de Coordinación del Pensamiento Nacional hay algo raro, ¿esa gente es la que representa a la literatura argentina en el exterior? Las políticas de Estado en ese aspecto no aportan nada, todo lo contrario. Ahora, habiendo dicho esto, también debo aclarar que creo que a los lectores poco les importa la nacionalidad de la persona que están leyendo. Muchas veces quienes me leen a mí no tienen idea de dónde soy”.

La literatura argentina entonces debiera ser el conjunto de escritores argentinos que se leen en el mundo, más allá de que esa lectura no evidencie la argentinidad. ¿Pero quiénes se leen? O ¿qué se lee?

La Fundación Teoría y Práctica de las Artes (TyPA) se dedica entre otras cosas a la difusión de nuevos autores argentinos en el exterior, generando talleres de traducción e invitando a editores de todo el mundo para entrevistarse con editoriales locales. El año pasado presentaron un informe en el que se reflejan qué autores son relevantes en el mercado internacional. Los que se venden, como dice Iraola, son pocos: Andahazi, Claudia Piñeiro, Aira en alguna medida (sobre todo con el aventón de Patti), Lucía Puenzo, Ricardo Piglia. La verdad, triste o romántica, es que no nos compra nadie. La relevancia de todas formas no está dada por las ventas, sino por la presencia, por el simple hecho de interesar a las editoriales en el extranjero. Lo que hay que preguntarse entonces, en un gesto valiente y anticapitalista, es quiénes son traducidos y no quiénes son comprados.

El informe “Interpretar Silencios: la extraducción en la Argentina” de TyPa es profundísimo al respecto. Dice, en primera instancia, que los países que más derechos de autor compraron el año pasado fueron Alemania, Italia, Brasil, Francia y Estados Unidos. ¿Qué compraron? Los autores más traducidos son, primero, Cortázar y Borges. Luego, en este orden: Juan José Saer, Pablo De Santis, César Aira, Rodolfo Walsh, Ana María Shua y Adolfo Bioy Casares. Los que más licencias vendieron en cambio son Cortázar y Borges de nuevo a la cabeza, pero lo siguen Piñeiro, Elsa Osorio, De Santis, Aira, Puenzo, Liniers y Guillermo Martínez; la diferencia es que tal vez con un solo título han alcanzado más fronteras, como es el caso de Las viudas de los jueves, de Piñeiro. En cuanto al idioma, las mayores traducciones son al alemán y al italiano, después recién al inglés, al portugués y al francés.

¿Cuál es el proceso para que las editoriales elijan qué comprar o qué traducir? Capítulo aparte. Victoria Rodríguez Lacrouts, de TyPa, explica que más allá de que la fundación se dedica específicamente a eso, acercar los textos a los editores extranjeros es una labor que depende en gran medida del empuje de las editoriales más chicas o medianas. Mientras las grandes casas multinacionales tienen un mercado armado, las pequeñas como Mar Dulce o Eterna Cadencia, por citar dos, intentan que sus autores conquisten el mundo. ¿Por plata? Difícilmente: lo que se paga una licencia es casi simbólico. Leonora Djament, de Eterna Cadencia, dice: “La literatura argentina es literatura en primer lugar, por eso debe estar en las bibliotecas de los lectores en general, no sólo de los argentinos. En ese sentido nos importa difundir nuestros escritores en otros países. En el último año y medio se vendieron muchos derechos de traducción al exterior: Julián López, JORGE Barón Biza, Hernán Ronsino, Ricardo Romero, entre otros. Esto para nosotros es mucho. Hablamos de derechos vendidos tanto a grandes editoriales (en menor medida) como a pequeñísimos sellos. Y están muy bien las dos cosas: siendo nosotros una editorial independiente, sabemos del invalorable trabajo de los sellos pequeños y medianos en la difusión de la narrativa”. Por otro lado, Lacrouts agrega: “Una editorial es una empresa cultural: tiene que preocuparse por el aspecto comercial pero también por el cultural”, y explica que muchas veces para ser traducido el autor depende más de su encanto a la hora de moverse en eventos sociales que de sus textos. De algún modo, coincide con Bolaño, que decía que el escritor latinoamericano profesional es aquel que tiene siempre a mano una alabanza para quien se la pida.

“También sucede mucho que los propios traductores eligen una obra que les gusta, traducen un fragmento y se encargan ellos mismos de intentar venderla. Empieza a aparecer la figura del traductor agente”, agrega. ¿Pero qué papel juega la globalización si todo se va a definir en el ring de nuestros encantos sociales? Según Juan Villoro, lo que se ha globalizado es el silencio porque los grupos editoriales compran derechos globales pero publican sólo en el mercado local de cada autor. El escritor argentino Andrés Neuman, residente en España desde su adolescencia, dice al respecto: “Muchas veces he recomendado libros argentinos con marcos de referencia en teoría universales, y el editor de turno ha rechazado precisamente por carecer de esa ridiculez que el mercado llama «color local»; y también me ha pasado lo contrario: recomendar libros inconfundiblemente argentinos, y escuchar que resultarían «demasiado locales» para un lector extranjero”. En ese aspecto, podemos suponer que las editoriales publican lo que creen que podrán vender. Jorge Herralde, director de Anagrama, dice que entre los lectores de distintos países existen prejuicios que atentan contra la venta. Según él, los argentinos no leemos a los españoles por creerlos tontos, mientras que los españoles no leen a los argentinos porque nos creen engreídos. Algo parecido pasa con los autores mexicanos.

Ignacio Iraola coincide: “Hay una desconfianza entre los editores por una cuestión localista. Siempre querés que un libro que vos descubriste tenga buenas críticas y no siempre sucede. Son pocos los casos en que la crítica y las ventas han mimado a un autor extranjero. Y además tiene que ver con modas también y con épocas. Hay booms de momento”. ¿Y cuál es el boom del momento? No lo hay. Ni realismo mágico ni literatura fantástica de calidad. Rodríguez Lacrouts dice que podemos hablar de “escritores latinoamericanos” pero es más bien por una cuestión de trabajar en bloque, porque es más fácil vender una antología del continente que de un país. En ese sentido, la labor de la Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, es ejemplar. De 2003 a esta parte, el Departamento de Publicaciones Literarias de la universidad, dirigido por Matías Rivas, ha desarrollado un catálogo minucioso de la producción literaria actual de la región. Además de sus títulos de ficción y clásicos (publicaron, por ejemplo, el Martín Fierro), la colección Huellas está orientada a analizar los lindes de la escritura, libros donde se explora el cómo y el porqué de los autores contemporáneos. Allí, por puro criterio e interés, no faltan autores argentinos. Publicaron libros de y sobre Fabián Casas, Leila Guerriero, Martín Kohan, Beatriz Sarlo, Edgardo Cozarinsky, Mauro Libertella y Alan Pauls, entre otros. En ese aspecto, forman una especie de flota argentina al otro lado de la cordillera. Y si bien a veces no hay mayor exterior que el firmamento del vecino, el caso de Chile es una excepción: admiran nuestro fútbol y nuestra literatura en partes iguales.

Pero más lejos, donde la distancia no es sólo la altura de una montaña, ¿cómo se hace para ser leído? Vivir afuera pareciera una posibilidad, pero tampoco asegura nada. Neuman reside en Granada desde chico. Para él España no es un mercado sino su casa, por lo cual no es extraño que se venda bien allí. Su libro El viajero del siglo, ganador del premio Alfaguara, fue seleccionado entre los libros del año por El País, El Mundo, The Guardian, Financial Times y The Independent. Con otros títulos fue finalista del premio Herralde y el Rómulo Gallegos. Consultado para esta nota, reflexiona: “Tal como entiendo la literatura, al menos, un escritor puede desear que se traduzca lo que escribe, pero no escribir lo que se está traduciendo. O bien lo que cree que se está traduciendo, ya que en este sentido hay más incógnitas e incertidumbres de las que parece. Para mí lo esencial reside en escribir con convicción lo que nos dé la gana, trabajar en soledad, sin premisas de recepción artificiales; y que algún día, con suerte, eso pueda quizá cruzar alguna frontera. Tenerlo como expectativa me parecería peligroso a priori. Por lo demás, al margen de determinados best sellers, no sólo resultaría innecesario sino también imposible predecir qué busca una editorial literaria extranjera”.

Otro escritor argentino viviendo en el exterior es Martín Caparrós. El año pasado publicó El Hambre, un libro de crónicas que le valió su primer pasaje al mundo, hecho paradójico para alguien que se lo pasó viajando. Será traducido a los idiomas centrales, al croata y al chino. ¿Por qué? “Imagino que, inesperadamente, el libro conectó con cierto interés sobre un tema que supuestamente no le interesaba a nadie, y que, quizás, el libro no es tan malo.” Ahora, qué satisfacción especial tiene ser leído en otra parte es una nueva incógnita, como si el afuera legitimara con mayor fuerza que el adentro. “No creo en las nacionalidades: por lo tanto me da mucho gusto que mis libros no tengan que reducirse a una. Y, más íntimamente, que te publiquen en un lugar donde no te conocen, donde no tienen ningún prejuicio sobre vos, te hace imaginar que el libro en sí, sin más consideraciones, tiene algo que vale la pena”, dice Caparrós.

¿Será eso después de todo? ¿Que romper fronteras asegura la valoración auténtica de una obra? ¿O por qué nos interesa siempre saber qué compatriotas se leen por ahí? Si lo que estamos buscando es ese elemento llamado literatura nacional actual, creo que los intentos son en vano. Muchos años después de que Borges publicara El Aleph, Roberto Fontanarrosa escribió un cuento en el que un especialista japonés viaja a la Argentina y descubre que ese elemento mágico, ese punto del universo en el que se cruzan todos los puntos, no era más que un televisor Hitachi de pocas pulgadas. El encanto cae, así como también toda la tradición. La noticia viaje por el mundo y ahí, en la mala fama de la mentira borgeana, ya nadie sabe de qué hablamos cuando hablamos de literatura argentina, esa entelequia que Borges nos hizo creer que recién empezaba. La conclusión es ésta: la herida de nuestro ego literario nacional debería empezar a sangrar en este instante..

Fuente: La Nación

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