28 marzo, 2024

Tan lejos y tan cerca

 

por Ildiko Nassr
en el Día del Lapacho Rosado (1 de septiembre)

Hay lugares que una conoce de nombre, pero para ubicarlos, los tiene que buscar en el mapa. En mi biblioteca hay un globo terráqueo y busqué Chisinau, Moldavia. Es al otro lado del mundo (de mi mundo). En la búsqueda en Google, me sorprendieron las imágenes. Un lugar hermoso, con edificios históricos enormes. Si bien solo triplica la población de Jujuy, pareciera que la multiplica en miles. Siempre imagino cómo serán las vidas de las personas que viven, transitan determinados espacios. Al entrar con zapatillas en algunos edificios me siento hereje e irreverente, fuera de lugar. Al cruzar la plaza Belgrano, vi a una mujer de vestido borravino. Eran las 11 de la mañana. Usaba tacos altos y barbijo del mismo color. Me sentí ordinaria, aunque al salir de casa me había sentido bien vestida. Cuando viajo, siempre miro por la ventanilla: los edificios y las personas: cómo se visten (o conservan), cómo caminan (o permanecen), sus diálogos y ademanes. Es lo más cercano a ser invisible y observar. Me detengo en los detalles: la ochava desvencijada, las sombras entre las manadas de luces, el ruedo descosido, la rueda floja…

De alguna manera, eso hacemos los escritores: prestar atención a los detalles.

Tatiana Tibuleac es una escritora moldava nacida en 1978 y por ella he buscado Chisinau en el mapa. Ha publicado dos novelas que han sido traducidas al español: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Ed. Impedimenta, 2016) y El jardín de vidrio (Ed. Impedimenta, 2021) Ambas traducidas por Marian Ochoa de Eribe.  Ambas impecables e implacables.

Me gustan quienes escriben sin miedo (al lenguaje, a los prejuicios, a la crítica, a los traumas, etc.). El primer acercamiento con los libros es amable y la lectura, fluida. Sin embargo, hay algo siniestro (del siniestro cotidiano) en ellos; una marginalidad y una reflexión sobre la condición humana.

Tibuleac nos hace repensar el vínculo entre un hijo y su madre en El verano que mi madre tuvo los ojos verdes. En su escritura hay mucha lírica.

Se repite como un latiguillo o como un mantra el acercamiento hacia la definición del color de los ojos de su madre el último verano antes de su muerte, como por ejemplo:

Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas

O

Los ojos de mi madre eran las ventanas de un submarino de esmeralda

En El jardín de vidrio, es una niña huérfana la que nos conmueve. Tibuleac aborda múltiples cuestiones a través de la mirada de una niña: el abandono, el abuso, las carencias, la escuela, el idioma…

En la nota de la autora a la edición en español, nos advierte que una lengua, como un invierno, no puede ser explicada.

Y la protagonista oscila entre lenguas: moldavo, rumano, ruso.

Los colores de las botellas que habían recogido en la calle son los colores que forman un jardín de vidrio que ayudan a soportar la soledad, la desolación, la vida.

Tatiana Tibuleac se va a convertir en un clásico. Sus libros son de una belleza única y nos hechizan.

Buena vida y buenas lecturas

 

 

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